lunes, 9 de noviembre de 2009

De crucifijos y otros símbolos religiosos


El Tribunal de Estrasburgo de Derechos Humanos acaba de dictar una sentencia histórica que declara los símbolos religiosos en los colegios una vulneración al derecho de libertad de conciencia ya que la exposición de símbolos religiosos obstaculiza el pluralismo educativo, esencial para las sociedades democráticas.

La sentencia es consecuencia de demanda de una mujer residente en Italia quien, en el año 2002, inició una batalla legal exigiendo la retirada de crucifijos del centro escolar donde estudiaba su hijo, por considerar que vulneraba sus derechos fundamentales.

De modo similar se pronunció en España El Juzgado de lo Contencioso Administrativo número 2 de Valladolid al dictar una sentencia que obliga al colegio público Macías Picavea a retirar los crucifijos de sus aulas y espacios comunes, después de que un grupo de padres así lo demandara desde 2005. El juez destaca en la sentencia, que el mantenimiento de los símbolos religiosos en este centro educativo conculcaría "derechos fundamentales" consagrados en los artículos 14 y 16.1 de la Constitución, referidos a la igualdad y la libertad de conciencia.

A pesar de la aconfesionalidad avalada por la Constitución española de 1978, la simbología religiosa sigue estando presente en los centros de enseñanza, contribuyendo al adoctrinamiento religioso e ideológico de los alumnos.

La Libertad de Pensamiento y de Creencias es uno de los derechos fundamentales que sustentan el respeto a la dignidad humana: es un derecho intrínseco a la condición humana.

¿Para cuándo una verdadera ley de libertad religiosa y aconfesionalidad del estado que desarrolle sin trabas la Constitución Española?

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues mira - haré de abogado del Dia... ¡digo! de Dios: a mi esa intransigencia con un crucifijo me parece a veces sospechosa, otras de un antifanatismo fanático - y siempre me sorprende el derroche de tiempo y energías que podrían ser utilizadas mucho mejor en REFORMAR unos sistemas de enseñanza que son profundamente memorísticos y escolásticos. Para decirlo en pocas palabras: ya firmaría yo la presencia de un crucifijo en cada pared de laboratorios bien equipados de Física, Química, Biología, Electrónica... en cada una de nuestras escuelas públicas. (En cada escuela pública de cada rincón del planeta). Un abrazo, Pablo

Alejandro Marcos Ortega dijo...

estoy de acuerdo con el amigo anónimo, y empezaría por esas asignaturas tan bonitas de religión que se siguen dando...

Felipe dijo...

amigos, de lo que se trata es o bien que haya igual representación simbólica en las escuelas de todas las creencias y religiones o bien ausencia de todo simbolo que mediatice en favor de un determinado credo.
El crucifijo, no es solo un símbolo, es promover e imponer un sistema moral en contraposición de otros.
En cuanto a la reforma educativa, en materias y modo de impartirlas, eso es más dificil que quitar el crucifijo u otro tipo de símbolos :-)
Un abrazo

Anónimo dijo...

Declaraciones del Vaticano
El crucifijo ha sido siempre un signo de ofrecimiento del amor de Dios, y de unión y acogida para toda la humanidad. Lamento que sea considerado como un signo de división, de exclusión o de limitación de la libertad. No es así, y no lo es en el sentir común de nuestra gente»
«La religión da una contribución preciosa para la formación y el crecimiento moral de las personas y es una componente esencial de nuestra civilización. Es erróneo y miope quererla excluir de la realidad educativa»,

Anónimo dijo...

¡Que cruz!

Una vez un grupo de alumnos me comunicó que un día llegarían un poco más tarde a clase porque iban a salir del Instituto, con la preceptiva autorización y acompañados de un profesor, a visitar una exposición. Les pregunté cuál, y me respondieron que se trataba de una que presentaba sólo crucificados
Aunque no hice la reflexión en voz alta, sí me pregunté acerca de cómo hubiesen reaccionado los padres si al pedirles autorización para que sus hijos saliesen durante el horario lectivo del Centro se les comunicara que era para visitar una muestra en la que se podrían ver distintas imágenes, todas ellas muy realistas, que representaban a un individuo casi desnudo que había sido condenado a muerte, que previamente lo habían torturado con azotes, que su cuerpo aparecía lleno de hematomas, que su frente sangraba porque le habían colocado una corona de espinas y que el método de ejecución era el de clavar sus pies y sus manos a una cruz. En consecuencia, lo que iban a ver era la imagen de alguien que acababa de morir en esas circunstancias o que estaba a punto de expirar.

Reflexioné de esa manera porque yo había visitado unos días antes la exposición y me había parecido espantosa, no porque las tallas carecieran de calidad artística, sino porque siempre me ha resultado desagradable esta pasión tan barroca de los españoles por reflejar el sufrimiento de ese modo. Y estoy seguro de que si cualquiera analiza ese tipo de representaciones de una manera fría llegará a la conclusión de que no se trata de un espectáculo placentero y mucho menos para que lo vean niños, entre otras cosas porque se opondrían a ello los padres, los psicólogos y, por supuesto, las autoridades educativas.

Ya sé que represento una posición minoritaria, porque en nuestro país parece que muchos disfrutan con la contemplación del sufrimiento convertido en espectáculo cuando las imágenes salen a la calle cada semana santa. Pero además algunos pretenden que se mantenga la imagen de los crucifijos en los espacios públicos, con lo cual ya salimos de las consideraciones meramente estéticas para entrar en las de la libertad personal, como ha reconocido en una sentencia el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo.

Algunos aún no han entendido cuál es el verdadero significado del art. 16 de la Constitución, en especial lo expresado en su apartado 3: “Ninguna confesión tendrá carácter estatal…”. Al parecer también ignoran lo establecido por el Tribunal Constitucional, tanto cuando habla de la libertad religiosa como derecho fundamental subjetivo como del significado que posee la referencia a la iglesia católica en ese mismo artículo, sobre todo cuando se refiere al hecho de que los derechos fundamentales no pueden ser analizados desde el punto de vista cuantitativo. En este sentido, hace poco pudimos contemplar en estas páginas las opiniones del alcalde socialista de Baena, sorprendentes por cuanto además es senador, y su obligación sería estar informado acerca de estas cuestiones.

Una vez más nos encontramos ante un falso problema, porque se trata ni más ni menos que de respetar a quienes no pertenecen a ninguna confesión religiosa y no desean que en las instituciones públicas aparezcan esos símbolos, lo cual no significa, como alguien ha dicho, que vayan a desaparecer las cruces de todos los espacios públicos. No confundamos espacios comunes con los interiores de las instituciones y centros públicos. Pero ya estamos acostumbrados a la manera de actuar de algunos católicos, que por ello no deberían extrañarse de que aún tengan vigencia las palabras de Machado cuando en su “Juan de Mairena” decía: “La palabra que más me repugna es: catolicismo, no por lo que significa, sino por el repugnante empleo que se hace de ella”.


* José Luis Casas Sánchez es Profesor de Historia

Anónimo dijo...

"Uno puede ser católico, musulmán..., pero de aquí a las barbaridades que se han hecho por la religión es demasiado. Para mí, en su versión radical, es la mayor causa de mortalidad de la historia". Con estas contundentes declaraciones el tenista Rafa Nadal ha tomado postura en el eterno debate acerca de la religión.