sábado, 16 de enero de 2010

¿Peor que lo de Haití? La hipocresía de la iglesia




Mientras los ciudadanos españoles se vuelcan en la ayuda humanitaria a los afectados por el terremoto en Haití, la hipocresía de un alto jerarca de la iglesia católica más ultramontana nos dice que existen males mayores que la tragedia de Haití.
Sin salir de mi estupor no puedo más que condenar este tipo de declaraciones eclesiásticas que hunden sus raíces en los más oscuros yacimientos de caspa medievales.

¿Y cuáles son estos males mayores en opinión del tal monseñor?: nuestra pobre situación espiritual, nuestra concepción materialista de la vida. Quien así habla es un señor vestido con faldas, ricamente enjoyado, que vive en un palacio y que no se arremangaría las faldas para ayudar a las víctimas a salir de los escombros, salvo para organizar un bonito funeral. Claro que, apostilla su eminencia el mal que sufren esos inocentes no tiene la última palabra porque dios les promete felicidad eterna.

¡Que se quede con su rica situación espiritual y su paraíso celestial!, que yo prefiero estar al lado de las personas que se conmueven por ayudar a las víctimas a ser menos infelices.
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2 comentarios:

Anónimo dijo...

No se puede decir que hayan perdido el norte... ¡han perdido todos los puntos cardinales!! ¡La brújula! ¡El GPS!

Anónimo dijo...

Pasote
CARLOS BOYERO
17/01/2010
EL PAIS

La leyenda atribuye ancestralmente una inteligencia notable a los dirigentes de la Iglesia católica. Los datos también confirman que hay que ser muy hábil para sobrevivir durante tantos siglos en nombre de esa cosa tan etérea de la fe en Dios bendito y en sus modélicos representantes terrenales, mantener la fidelidad de la parroquia a pesar de los pesares, nadar incansablemente cuando aprieta la marea, estar dispuesto a bendecir todo lo que huela a poder, exterminar las disidencias que amenacen a la ortodoxia, tener al personal ilusionado o tembloroso con la realidad del cielo y el infierno, no descuidar jamás las irrefutables enseñanzas sobre las artimañas terrenales de aquel señor llamado Maquiavelo. Que esa estructura rocosa y esa capacidad de resistencia siempre acaben saliéndose con la suya es descorazonador para sus racionales enemigos. Estamos condenados al crujir de dientes, a victorias pírricas en una guerra que siempre estará perdida.

Reconocer su ladina fortaleza no implica que el grimoso clero te deslumbre con su creatividad, con su arte, con inventos que ayuden al bien común. Es problemático escuchar algo brillante o talentoso que salga de los melifluos labios de sus próceres. Pero sí consecuentes barbaridades, amenazas, mensajes rastreros, dogmas sonrojantes sobre la transparente identidad del bien y del mal.

Debido a esa ortodoxia expresiva, te sorprende gratamente que Munilla, el nuevo jefe de la Iglesia guipuzcoana (me caía simpático hasta ahora por outsider, por haber enfurecido a tanto poseedor de RH negativo), exprese algo tan imprevisible y demente como que la concepción materialista de la vida es un mal mayor que la tragedia de Haití. Dislate tan brutalmente inoportuno sólo puede darse con un delirium tremens etílico o en un pasote alucinógeno. Pero el resacoso padre de la Iglesia rectifica inmediatamente de su dadaísta y salvaje ocurrencia. Que si le han malinterpretado, que si se refería al plano teológico, que si no sé qué. También escucho de su compungida boca que en su condición de sacerdote y obispo jamás ha hablado de política ni se ha posicionado, que cree en la predicación de la castidad, etcétera. O sea, lo de siempre, el reconocible tono de su gremio. Es legítimo. Pero al pastor de almas le espera el frenopático si insiste en sus filosóficas valoraciones de tragedias.